Arte y Cultura

Diserta experta sobre esclavos del trabajo y enfermos neuronales

*Aboga por un nuevo humanismo en esta sociedad globalizada

Por Norma L. Vázquez Alanís

“Toda crisis existencial remite a la realidad del mundo y a la presencia del hombre en el orbe, de manera que toda crisis existencial es, a fin de cuentas, religiosa”. Con esta tesis abrió su conferencia ‘Mito y crisis espiritual de Occidente’ la doctora en Filosofía por la Universidad de Frankfort, Alemania, y en Sociología por la UNAM, Blanca Solares.

Este tema difícil de exponer, dijo, nos coloca en el centro del problema ‘mito, religión y crisis en Occidente’ que tanto preocupó al maestro Ernesto de la Peña, a quien honraremos con este ciclo de charlas, cuyo objetivo es ponernos en contacto de manera consciente con esas imágenes sagradas y con esos mitos que han alimentado a las culturas tradicionales para apropiarse de ellas a través del conocimiento de símbolos del pasado.

Para explicar esta crisis espiritual, la especialista en hermenéutica resumió que la historia de la humanidad se divide en dos maneras de estar en el mundo: lo sagrado y lo profano.

Lo sagrado guarda una estrecha relación con el misterio de las relaciones de los hombres entre sí, de la naturaleza y del cosmos, se trata de una vida contemplativa, en la cual el hombre está en contacto con la naturaleza y escucha su lenguaje; es el homo religiosus.

Mientras que lo profano se caracteriza por la vida cotidiana agitada y veloz propia del hombre moderno, irreligioso, que rechaza la trascendencia, acepta la relatividad de las cosas y duda del sentido de la existencia.

En la primera conferencia del ciclo ‘Mito, religión y Occidente’, organizada por la Biblioteca ‘Ernesto de la Peña’ de la Fundación Carlos Slim, la doctora Solares apuntó que estas dos formas de estar en el mundo se asocian a las tradiciones arcaicas y a la modernidad.

Sintetizó que la vida sagrada podría situarse a partir del Paleolítico y llegar hasta las grandes tradiciones como la fundación de las ciudades sagradas, pero ha sobrevivido en los pueblos indígenas actuales en América; en tanto que la vida profana apareció apenas con el nacimiento del siglo XVIII y no se impuso de un día para otro.

La historia de Occidente se inició a partir de la separación de mitos y logos. El mito quedó poco a poco reducido a la historia falsa y el logos se asoció con la razón, con la racionalidad; así toda acción humana se lleva a cabo para obtener fines precisos, siempre intentando alcanzar un objetivo y está irremediablemente ligado con el modo de pensar científico que se ha impuesto en la modernidad; sin embargo, el desarrollo actual está lleno de ambigüedades.

Para la doctora Solares, quien es autora de varios libros sobre religión, hermenéutica e historia del mito, lograr el equilibrio entre lo sagrado y lo profano podría llevar a la sociedad a asumir la dimensión humana como capacidad simbolizadora. Y a continuación hizo un recuento de las características del homo religiosus y del hombre incrédulo.

La vida del primero, indicó, está regida por los misterios de lo sagrado, pues los dioses han creado el mundo y al hombre, de manera que todos los actos humanos han sido develados por los dioses y en momentos de crisis recupera las historias sagradas para salvarse a sí mismo a través de la iniciación, del ritual, de la oración y del sacrificio, porque se hace contemporáneo de los dioses al imitar el comportamiento divino.

El estado contemplativo de este hombre le hace pensar que todo lo que sucede en la vida es real porque está ligado con el sacrificio de los dioses, en su concepción mental el mito no es fantasía, sino que narra una historia sagrada, alude a un modelo ejemplar. El mito, la religión y su lenguaje simbólico conjuran la muerte.

Aclaró la doctora Solares que la religión debe entenderse como la religación o religare, es un sentido de vínculo con lo trascendente y va desde lo santo hasta lo sagrado. El lenguaje de esta complejidad de la vida es el del símbolo -imagen o medio para expresar lo sagrado-, el cual remite a lo que está más allá y es la expresión para hablar de una verdad sensitiva, anímica, psíquica, no tangencial. El símbolo se vive y rebasa en mucho la lógica del pensamiento racional.

En contraste, el hombre irreligioso rechaza la trascendencia, considera que se hace a sí mismo de acuerdo con su razón, desacraliza a la naturaleza, considera que no será él sin haber dado muerte a los mitos, de manera que postula la razón como centro de su vida, como un nuevo Dios, como si fuese la ‘razón racional’ lo único que valiera en su experiencia.

Este criterio no toma en cuenta que el hombre es también sique, precisó la también catedrática de la UNAM, y como conciencia e inconciencia postula a la razón como la verdad absoluta, pero no puede dejar de dar sentido a la existencia con una mitología camuflada, consistente en prácticas y rituales degradados, pues al tomarlos de otras culturas los saca de contexto.

Es por ello que el mundo de lo profano está lleno de seudoteologías y mitologías denigradas, religiones a la carta, sectas, iglesias, tendencias neoespiritistas, movimientos políticos o sicosociales que sustituyen la religión, que expresan las huellas de la nostalgia del paraíso.

En este sentido, el libro ‘La sociedad del cansancio’, del escritor alemán de origen coreano Byung-Chul Han, caracteriza muy bien la situación de esta época moderna, racional e irreligiosa a la que califica como la era del rendimiento, dijo la doctora Solares.

El autor plantea que el hombre moderno sacraliza el trabajo de manera voluntaria, sin coacción externa, esto lo lleva a pensar que sólo está sometido a sí mismo; una vez convertido el trabajo en objeto de veneración, el hombre se transforma en sujeto de rendimiento, supuestamente libre del dominio externo que lo explota.

De tal manera que la vida contemplativa no puede ser compatible con la nueva sociedad activa, en la cual el hombre le sacrifica al trabajo su hiperactividad -no sabe descansar y ha olvidado que en las culturas antiguas se educaba también para descansar- y provoca una relación de auto-explotación a través de la que se ve impulsado, en una especie de compulsión, a trabajar todo el tiempo, porque piensa que si trabaja cada vez con más intensidad esa actividad podrá salvarlo.

El diagnostico de esta radiografía de la colectividad globalizada nos muestra, precisó la ponente, que la sociedad del trabajo no conduce a una comunidad libre sino a que el mismo jefe se convierta en esclavo del trabajo, de tal suerte que cada uno lleva su campo de trabajo forzado consigo mismo, cada uno se explota a sí mismo, y así el hombre se vuelve apático.

Es por ello que las enfermedades emblemáticas del siglo XXI son neuronales como la depresión, la bipolaridad, la hiperactividad, el síndrome de desgaste ocupacional o el trastorno por déficit de atención; se trata de estados patológicos que no siguen la dialéctica de la negatividad, sino de una positividad hasta el exceso, pues todo el mundo se siente bien diciendo que siempre está ocupado. Estos padecimientos se manifiestan hoy como infartos.

El hombre tradicional acude a la religión y al mito para encontrar el sentido de la existencia, así está conectado con lo trascendente, mientras que el hombre moderno responde a ello con la razón y al confrontarla con lo asumido pierde su relación con el inconsciente; ante el desasosiego responde con formas de religiosidad improvisadas que solo lo dejan atrapado en lo que pretendía superar.

A manera de conclusión, la doctora Solares aclaró que el hombre no nace humano, es la cultura lo que contribuye a humanizarlo y también la religión como el religarse con lo trascendente. Negar la religión es perder contacto con el inconsciente.

Es indispensable que la sociedad globalizada de este siglo recupere la capacidad de vivir conscientemente la religión, que aplique la inteligencia para reencontrar las huellas del Dios visible en el mundo para abrir un nuevo horizonte antropológico a lo que podríamos llamar un nuevo humanismo, finalizó la especialista.

 

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