Arte y Cultura

Perseguir brujas, acto de barbarie renacentista: Esther Cohen

Por Norma L. Vázquez Alanís

Esther Cohen

El Renacimiento, ese periodo que la Historia presenta como un momento de gran esplendor de la cultura, también tuvo su expresión de barbarie con la persecución de las brujas, es decir, el acoso al placer de la mujer que no estaba controlado por la Iglesia, dijo la doctora en filosofía por la UNAM Esther Cohen al hablar del tema ‘Filósofos y brujas en el Renacimiento’, dentro del ciclo de conferencias ‘La biblioteca esotérica de Ernesto de la Peña’ organizado por el Centro de Estudios de Historia de México Carso.

A partir de un principio del filósofo judeo-alemán Walter Benjamín, según el cual no hay documento de barbarie que no sea al mismo tiempo un documento de cultura, y viceversa, “traté de hacer un estudio a contrapelo de lo que se conoce como el esplendor renacentista”, explicó Cohen, quien se refirió al papel que las brujas desempeñaron frente a la Inquisición en el Renacimiento, y a la aparición de una nueva escuela filosófica -el razonamiento de la modernidad- cargada de magia desde los primeros pensadores, Giovanni Pico della Mirandola y Marsilio Ficino.

Aunque la Edad Media se ha considerado históricamente como una época oscura, de barbarie, también durante el Renacimiento se cometieron muchas atrocidades, entre ellas que a las brujas las quemaban porque según la Inquisición hacían cosas terribles, y no había manera de escapar al hecho de ser bruja, lo cual revela la condición de la mujer en ese periodo de la humanidad, sostuvo Cohen, miembro del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM.

En 1484 el papa Inocencio VIII otorgó a los inquisidores dominicos alemanes James Sprenger y Henry Kramer la facultad para elaborar el ‘Malleus Maleficarum’ (martillo para las brujas o manual para el perfecto cazador de brujas), publicado por primera vez en 1486, en el cual quedaron puntualmente trazados los perfiles de esas mujeres, consideradas demoniacas, con el propósito de que la gente supiera cómo detectarlas y denunciarlas. Dicho manual fue dividido en tres partes, para definir quiénes son, qué es lo que hacen y con qué procedimientos legales se les puede llevar a la hoguera.

Luego en el Concilio de Trento (1545-1563), como antes en el cuarto de Letrán,

fue ​

legitimado el diablo, pero como a él no se le podía perseguir, debía asediarse a sus aliadas, las brujas, a quienes no podía solamente aislárseles de la sociedad como se hacía con los locos o los leprosos; a ellas había que exterminarlas necesariamente.

Para ello -explicó la también especialista en semiótica por la Universidad de Bolonia, Italia- se montó todo un razonamiento teológico y racionalista que permitió, a los ojos de la Iglesia y las autoridades seculares, aceptar sin mayor culpa y coincidir abiertamente en que el blanco de todo mal estaba en las hechiceras que ejercían la magia negra. Los inquisidores basaron su pensamiento teológico en san Agustín y santo Tomás, para tratar de delinear más claramente los contornos del enemigo, la bruja.

Según esas ideas, las brujas tuvieron un pacto secreto con Satanás, que quedaría sellado por su relación carnal, perversa y sometida por un goce insaciable de los placeres de la carne. En ese periodo, la figura del judío -considerado en el Medioevo como causante de todos los males- fue sustituida por la bruja, expuso Cohen, autora de varios ensayos sobre el tema.

En muchos sentidos, dijo la conferencista, el Malleus es un tratado sobre las debilidades del cuerpo, un desmesurado ataque contra los placeres sexuales de las brujas, que no hacen sino poner al descubierto los placeres de la mujer, pero más bien desenmascara las fantasías eróticas de los hombres que las describen, en este caso los inquisidores cuya imaginación era perversa.

En el ‘Martillo’ se habla de mujeres viejas que revelan en sus cuerpos las deformidades del diablo, quien había recibido su carta de naturalización por parte de la Iglesia en el Concilio de Letrán en el siglo XII y su existencia era una verdad de fe, pero como con él no se podía pelear, se le persiguió a través de las brujas con las que tenía contacto sexual en las orgías del Sabath.

Así, la cacería de brujas fue la del propio diablo -ese ángel caído que una vez registrado en las actas eclesiásticas fue adquiriendo vida propia y se independizó de sus legitimadores-, pues había que encontrar un cuerpo en el cual descargar la ira de Dios, y como ya los herejes pagaban su desobediencia frente a la Iglesia, precisaba hacer pagar a ese otro tipo de herejía las cuentas pendientes de un mundo y una religión que no habían dado cabida a esa parte inquietante de la creación: el cuerpo y el sexo.

Para la doctora Cohen, lo que la Iglesia persiguió en la figura de las brujas fue el uso de su cuerpo sin la misión reproductiva, solo por el placer, como lo hacía Lilith, la primera esposa de Adán -solamente mencionada en Isaías-, que no aceptaba la sumisión en la cópula y en un momento dado se fue a una isla donde ejercía con los demonios su sexualidad sin límite. Lo que se atacó en la bruja, fue el goce improductivo, pues según san Agustín el placer es sólo para la función de engendrar y por eso lo condenaba la Inquisición.

Durante el Renacimiento la bruja rompió con los esquemas porque no encontraba un lugar en la sociedad, pues antes, en la Edad Media, sí tenía como misión ser curandera, hechicera y partera, pero quedó fuera de los saberes de la época renacentista, durante la cual el discurso de Pico della Mirandola estableció la filosofía moderna, mientras que Marsilio Ficino habló de una conjunción de la filosofía y la magia.

Ficino y Pico eran filósofos-magos, porque la filosofía renacentista surgió a base de la magia de esas brujas que eran curanderas o hechiceras, pero que luego no pudieron legitimar sus prácticas y se convirtieron en espectros malignos.

Sin embargo, Pico y Ficino sabían que estaban trabajando con magia, pero como eran los filósofos en boga, podían transitar sin riesgo en ese terreno peligroso. Incluso Pico dijo que su magia no tenía nada que ver con la de las brujas, quienes ejercían magia corriente y no podían justificar su uso a través de la ciencia como sí los filósofos, que utilizaban la magia culta, concluyó la investigadora.

 

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