Economía, Política

CINCO AÑOS DEL TERREMOTO

Teresa Gurza

Se cumplen ya cinco años del terremoto de 8.8 grados ocurrido en la zona central de Chile, la madrugada del 27 de febrero de 2010 y que me tocó vivir.

Es el quinto sismo más fuerte de los ocurridos en el mundo; mató a poco más de 500 personas, devastó la mitad del país afectando a 13 de los 16 millones de chilenos; destruyó  tres millones y medio de viviendas, iglesias y escuelas, miles de kilómetros de carreteras y cientos de puentes; arruinó el 50 por ciento de los cultivos, canales de regadío y producción lechera; y dejó daños por más de 30 mil millones de dólares.

Tras él, olas de más de 20 metros arrastraron poblados enteros y a decenas de vacacionistas que ahí veraneaban; y en los zocalitos aparecieron, animales, casas, yates y automóviles aventados por el tsunami.

Hubo más de 200 réplicas; y de haber sido en otro país, los destrozos hubieran sido mayores; porque en Chile hay normas antisísmicas muy estrictas y poca corrupción.

Recién había terminado la trasmisión de la penúltima noche del Festival de Viña del Mar, cuya clausura del día siguiente por supuesto se canceló, y en el cielo estrellado, brillaba una luna llena de luz metálica, bella y extraña; corría una brisa caliente y se oía un raro susurro como de hojas moviéndose.

Y de repente, todo se sacudía, azotaba, y tronaba; televisores y contenidos de armarios, mesas, libreros y vitrinas, se estrellaban contra el piso o paredes; y las maletas con ropa de invierno guardadas en lo alto de los clósets, eran lanzadas como proyectiles

Se fueron durante días, el agua, la luz, y el teléfono, no funcionaban los celulares y no se podía cargar gasolina.

El paso de las horas, confirmó el error cometido por las Fuerzas Armadas y funcionarios del primer gobierno de Michelle Bachelet, que descartaron un maremoto incluso cuando el mar se había ya tragado pueblos, lanchas, y gente.

Semanas después, la Armada chilena reconoció sus fallas; y se inició una investigación que duró dos años y en la que la Fiscalía culpó a burócratas y militares de 10 errores técnicos, achacándoles responsabilidad en los fallecimientos de 156 personas y en la desaparición de 25.

En los días siguientes al terremoto, todos sentíamos desolación y miedo; hubo abusos y pillaje, pero sobre todo actos de heroísmo de miles de chilenos y mucha ayuda internacional; y hoy está reconstruido cerca del 90 por ciento de lo destruido.

La más dañada fue la VIII Región del Bío Bío; que se movió tanto, que su principal ciudad, Concepción, se desplazó entre 10 y 14 metros hacía Argentina y cambió en tres centímetros el eje terrestre.

Siguió en destrucción la VII Región del Maule; y luego la Región Metropolitana, donde vivíamos mi esposo y yo y donde el terremoto afectó 49 mil casas, decenas de iglesias y mil 500 colegios.

Doce días después, la VI Región de Valparaíso fue el epicentro de la réplica más fuerte, 7 grados, justo cuando en la sede del Congreso Nacional, Bachelet entregaba el mando como nuevo presidente de Chile a Salvador Piñera; quien hace un año lo pasó otra vez, a Bachelet.

Y quedaron impresas las expresiones corporales de varios invitados; como el entonces Príncipe Felipe de España, que miraba aterrado el vaivén de las lámparas en la sala del Congreso donde juraba Piñera.

Los únicos que gozaron con las réplicas, fueron los investigadores que llegaron de Europa, Japón y EU; y que aún no se ponen de acuerdo sobre si eso que nos azotó para todos lados, fue un solo “evento” que duró más de tres minutos; o dos terremotitos seguidos y de epicentros cercanos.

En esa situación de angustia y emergencia, fueron los medios de comunicación, sobre todo la radio, los primeros en calibrar la tragedia; y sus periodistas llegaron a las zonas de desastre antes que las autoridades y con equipo satelital de calidad, del que  Bachelet carecía.

Los canales de televisión habían cerrado sus transmisiones diarias, pero reaccionaron en pocos minutos y ayudaron a la calma y la comunicación entre el país; lo que contrastó con la pasividad del gobierno, que ni siquiera tenía tecnología para saber lo que ocurría y actuar en consecuencia.

Excepción en la conducta de la televisión, fue la RED TV propiedad del mexicano Ángel González; que siguió pasando como si nada comerciales, telenovelas y el Chavo del Ocho.

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