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Cuerpos modificados que se inscriben en lo monstruoso.

Dr. Eduardo De la Fuente Rocha
Profesor Investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Xochimilco
Tel. 56 87 0026, [email protected]

 

Nuestra sociedad como todo grupo actualmente padece de diversos miedos. Tememos aquello que escapa a lo común, a lo normado, a lo cotidiano. Los elementos que a una persona o a un grupo le parecen anormales, es decir, poco cotidianos, los puede asimilar a lo peligroso y en casos extremos a lo monstruoso; en palabras de Cardona “El sujeto ante lo informe, desordenado y caótico se siente amenazado, percibe un peligro que se cierne sobre su integridad, que pone en duda su seguridad (física y psíquica) y no puede soportarlo. Por ello, necesita apartar de su lado todo aquello que es diferente. Pues todo lo que aparece como diferente es impuro y representa un desafío para el estatus establecido.” (Cardona; 2011: 197).

Algunas de estas manifestaciones en las que el sujeto se construye a sí mismo de una manera diferente pero extraña a la mayoría son: las modificaciones corporales. Muchas son sus variantes pudiendo destacar entre ellas los tatuajes, los piercings, las escarificaciones en la piel, los implantes artificiales en el cuerpo de diversos elementos que pueden quedar exhibidos de manera externa o bajo la piel, etc. Estos elementos causan muchas veces desagrado a los familiares de los sujetos que los portan, lo que conlleva a relaciones de molestia, agresión y rechazo, entre los integrantes del grupo. En estos casos surge la pregunta del grupo familiar ¿Qué es lo que debe hacerse con el miembro de la familia que incursiona en las modificaciones corporales?

Para contextualizar esta pregunta comenzaremos por reconocer que en la antigüedad tales modificaciones datan desde el año 3,300 A.C encontradas en una momia glaciar, denominada Ötzi, encontrada a finales del siglo pasado la cual presentó rayas inscritas sobre su cuerpo sobre las piernas y espalda. Estos tatuajes también pueden observarse en culturas antiguas como la Celta en Europa o en la cultura egipcia en África. Estos ejemplos posiblemente están asociados a procesos rituales y a tratar de exaltar las cualidades humanas e incluso divinas de los portadores de los mismos.

En la Edad Media los tatuajes fueron utilizados tanto como un símbolo que honraba, como una marca para deshonrar a los delincuentes. En algunas épocas se han utilizado como medio de humillación marcando a los presos, en otros momentos como en la de la cultura punk, como símbolo de protesta; en la actualidad podría considerarse una moda, sin embargo cabe reflexionar un poco más acerca del tema.

Los tatuajes, los piercings, los implantes subdérmicos y las escarificaciones presentan múltiples variantes, pudiendo mencionarse entre ellos el tatuaje tradicional, los ultravioleta, los play piercings o clavos, el pocketing que son varillas debajo de la piel, el surface bar, en el que a las varillas se les adicionan bolas que sobresalen de la piel, la suspensión en el que el cuerpo queda colgado con ganchos, los sewings que consisten en coser partes exteriores de la piel, los túneles que son perforaciones amplias en el cuerpo, los implantes que consisten en colocar piezas artificiales generalmente cuernos, por debajo de la piel y las escarificaciones o cicatrices corporales que pueden ser cutting o branding, según corten o marquen la piel del sujeto con objetos al rojo.

Visto desde el exterior, el comportamiento de la modificación corporal puede resultar extraño a la mayoría y generar en el espectador la pregunta del porque lo hacen, ante este cuestionamiento existen diferentes declaraciones de los usuarios.  Unos lo hacen porque consideran que su cuerpo se embellece de esta manera, otros porque al haber sido víctimas de la violencia en la infancia física o sexual, o haber padecido de maltratos, liberan sus frustraciones y buscan una purificación de las experiencias vividas al tiempo que expresan con un lenguaje no verbal las dolencias psíquicas internas.

En otros casos las incisiones y automutilaciones que pueden autoinflingirse, van asociados por un lado al recuerdo de autoagresiones infantiles, y por otro a sensaciones placenteras eufóricas generadas de manera natural por el cerebro que cumple con la función de proteger al sujeto con descargas dopamínicas en los momentos en que este cursa por situaciones dolorosas. Otros sujetos declaran que les permite percibir su experiencia en forma intensa con un tono emocional más alto que les da la sensación de una existencia más plena y que abate su sentimiento de vacío personal, al tiempo que se perciben más capaces de tener control sobre su cuerpo. En otros casos los motivos son sexuales. Los implantes genitales los realizan muchas veces buscando una experiencia erótica más placentera.

También existen como en la antigüedad motivaciones rituales como es el conocido caso de la tonsura de los sujetos que se ordenan al sacerdocio, o los rituales más actuales de los mara salvatrucha cuando son iniciados en su comunidad. Para cada familia lo importante es saber qué es lo que provoca esta decisión en los hijos que participan en las actividades de modificación corporal. Lo consideran algo monstruoso muchas veces y como un hecho social que debe ser ocultado hasta donde sea posible. Perciben que parte de estas manifestaciones puede ser resultado de huellas del pasado o del esquema dominante cultural de la familia, quien ahora tiene que enfrentarse en el cuerpo del hijo a un discurso diferente, y ese enfrentamiento pone “en escena voluntades de verdad como maquinaria prodigiosa destinada a la exclusión y la normalización.” (Cardona; 2011: 196). Lo anterior activa el miedo a lo monstruoso o diferente por considerarlo peligroso para la estabilidad de la familia.

“Los cuerpos retratados capturan lo otro, lo inclasificable ligado que combina «lo imposible con lo prohibido” (Cardona; 2011: 175, 176). Las familias intentarán entonces disciplinar y controlar estos hechos asombrados por la singularidad del caso; inhibidos por considerar anormal lo que están viendo sin poder comprender observan, analizan, tratan de entender mientras se desesperan. Tratan de asociar los cambios morfológicos expresados en el cuerpo del hijo con posibles desequilibrios psíquicos, y se angustian ante la posibilidad y la duda de que pudiera ser anormal.

Algunas familias como solución ante lo diferente reaccionarán reprimiendo las conductas del hijo. Amenazarán con la proscripción del disidente, exigiéndole que tenga un cuerpo normal. Para estas familias el fenómeno es difícil de dialogar y de ponerle un nombre, pues sabe que la sociedad lo podrá asemejar a lo monstruoso.

Volviendo a la pregunta planteada en un inicio: ¿Qué es lo que debe hacerse con el miembro de la familia que incursiona en las modificaciones corporales?. Con base en lo antes expuesto podemos señalar que las motivaciones son múltiples y que van desde el deseo de agradar a otras personas específicamente interesantes para el sujeto, sentirse que son capaces de pertenecer a un grupo o expresar mediante estas modificaciones corporales tanto marcas psíquicas que quedaron en su desarrollo, como su deseo de transformarlas en algo bello y aceptado por los demás, aunque este grupo que acepta se ha restringido. Por tanto es importante para los familiares saber que la manifestación de estas conductas recibe una invitación a entender de manera más profunda la historia y la evolución de hechos acaecidos en el seno familiar y que ahora se presentan como una motivación al darse a conocer a través de una forma obvia.

Lo que antes estaba oculto en la psique se inscribe en la superficie para que pueda ser visto, lo cual invita a las familias a un mayor acercamiento y comprensión de lo que está sucediendo en sus hijos.

 

Información bibliográfica

Cardona Rodas Hilderman. (2012).  Experiencias desnudas del orden. Cuerpos deformes y monstruosos. Medellín. Sello Editorial Universidad de Medellín.

Ferran Cabrero, Josep Martí. (2008). La cultura del cuerpo y Los pueblos indígenas. Barcelona. Editorial UOC.

Reisfeld, Silvia. (2004).  Tatuajes: una mirada psicoanalítica. México. Paidós.

Alfredo Nateras. (2009). Tinta y carne: tatuajes y piercings en sociedades contemporáneas. México. Contracultura.

Foucault, Michel. (1974). El orden del discurso. Barcelona, Tusquets.

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